Evaluación como parte del aprendizaje
Casi a punto de finalizar el curso, y cuando en los centros solo se habla de evaluación, es curioso, y descorazonador, observar el corto camino que hemos recorrido en este tema durante el último siglo.
Ya en los años 30 del siglo pasado, Ralph Tyler nos mostraba una idea de evaluación que aún hoy nos continúa pareciendo innovadora. Evaluación como un proceso en el que, fundamentalmente, se trata de obtener información sobre el aprendizaje, analizarla, reflexionar sobre ella -en conjunto con otros- y tomar decisiones en consecuencia, para promover mejora y calidad como fundamental objetivo.
Esta aportación dio, o debería haber dado, un vuelco a un concepto más estático de evaluación: evaluación como una colección de hechos puntuales, que tienen una finalidad sancionadora o certificadora.
Desde luego consiguió que, 80 años más tarde, se siga hablando de ello y que muchos docentes discutamos, debatamos y pensemos la evaluación como un “instrumento” más de un proceso más amplio: la evaluación como parte del proceso de aprender.
Con sus argumentos sobre evaluación, Tyler consiguió significarla, no solo como una de las piedras angulares del cambio educativo que todavía buscamos (más ajustado a la manera de aprender que tienen los aprendices del siglo XXI), sino también como uno de los puntos más controvertidos y polémicos de todo cuanta rodea y conforma el ámbito educativo.
Paradójicamente, a pesar de su permanente controversia, y en contra de la supuesta importancia como elemento de mejora, la evaluación es el elemento más inmovilista de todos cuantos conforman el llamado sistema educativo y, como podemos observar fácilmente, ha pasado de puntillas en la sucesión de leyes educativas que hemos padecido en los últimos 25 años. En un rápido repaso longitudinal de leyes, decretos e instrucciones podemos apreciar la permanencia en ella de la visión reduccionista del concepto evaluación: medida y calificación.
En este vaivén de lo nuevo-viejo en educación, también la evaluación es un tema emergente desde el momento que a muchos docentes nos hace reflexionar sobre el cómo, el qué y cuándo evaluar. En este post quiero compartir reflexiones sobre el “para qué” evaluar.
Para qué evaluamos en educación
El vicio de la evaluación: examinar al alumnado.
- NO ayuda a los alumnos a aprender (al no producir feedback durante el proceso).
- NO ayuda a los profesores a mejorar la enseñanza (al constituirse como un elemento aislado del propio proceso de aprendizaje);
- NO implica, de manera directa, la asignación de recursos (que supuestamente ayudarían a mejorar la educación) en aquellos centros o contextos cuyas mediciones queden por debajo de media estipulada;
- NO modifica las políticas educativas que habitualmente se rigen por cuestiones ideológicas y económicas (a los hechos me remito).
9 Principios para Otra Evaluación
- Personalización como principio y derecho a una evaluación singular, pensada para la persona a la que se dirige.
- Contextualización como principio antagónico a la homogeneización y la estandarización. No es posible comparar la consecución de aprendizajes en personas diversas.
- Pluralidad instrumental como principio de ampliación del reduccionismo del examen.
- Horizontalidad como principio contrario a la jerarquización. Coevaluación y autoevaluación como técnicas básicas.
- Democratización como principio contrario al autoritarismo evaluador sin participación de los evaluados.
- Integración: como principio y metodología de una evaluación integrada en el proceso de aprendizaje.
- Permanente, como principio contrario a evaluaciones puntuales, sesgada en el modo y en el tiempo.
- Actividad: como principio que visibilice la necesidad de hacer consciente al evaluado de que él es parte importante de la mejora.
- Abierta, como principio posible donde se flexibilizan espacios y tiempos para evaluar.
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